Todos sabemos que el crecimiento depende del
dinamismo de los distintos componentes de la demanda agregada (consumo del
sector privado, consumo del sector público, inversiones y exportaciones). El
crecimiento puede explicarse por el dinamismo de alguna de ellos o por una
combinación de estos. Durante los primeros cuatro años de gobierno kirchnerista
(2003-2007) el dinamismo se dio en todos los componentes de la demanda
agregada. Pero en los últimos cuatro años (2011-2015) el consumo privado y el
gasto público fueron los inductores exclusivos de la actividad económica. La
nueva administración ha planteado para el período 2016 -2019 un nuevo paradigma
del crecimiento basado en las inversiones privadas, las exportaciones, las
inversiones en infraestructura, en el
contexto de una economía abierta. Pasamos nuevamente de un extremo del péndulo
al otro. De un modelo de economía basado en el mercado interno y en el consumo
a otro basado en la inserción de la economía en los flujos de capital y del
comercio internacional.
Subyace nuevamente la idea de volver a fuentes
genuinas de crecimiento – que es una forma de decir que las anteriores fuentes
de crecimiento no lo eran y por eso se agotaron - . De volver a una suerte de
círculo virtuoso donde el desarrollo – palabra bastante gastada al ser
reiteradamente enunciada – vendrá de la mano del aumento de las inversiones lo
que redundará en aumentos de la competitividad y de la productividad. Subyace
nuevamente la idea del derrame que nos alcanzará a todos (¿pobreza cero?). Una
suerte de idea de “tiempo y esfuerzo esenciales para cualquier logro” como se
decía en el último interregno militar. Es un esquema que requiere tiempo en dar
frutos: que las inversiones se realicen y maduren, que aumentemos nuestra
inserción internacional exportadora, etc. En definitiva los frutos del crecimiento
serán duraderos y sustentables pero se verán allá a lo lejos. Mientras tanto el
desierto.
Pero este nuevo modelo de crecimiento enfrenta
riesgos:
- Los precios de los commodities no recuperarán su esplendor
- La recesión en Brasil y su crisis política – institucional perdurará.
- La existencia de un mundo “más vendedor que comprador” (salvo China con señales de alerta en su balanza comercial).
- Un escenario interno de estanflación que ya lleva cuatro años que dilata las decisiones de inversión (locales como externas). Ver y esperar a que aclare es lo que señalan los empresarios. Más aún si estos redujeron sus posiciones de deuda.
- Flujos de inversión extranjera directa que ven menos atractiva a América Latina (con la excepción de México) frente a la caída de los commodities, el reflujo de los capitales de los países periféricos a los países centrales, el aumento de la tasa de interés internacional y un Brasil en recesión. No debe olvidarse que los inversores globales no miran países sino regiones. Y las inversiones escasa vez son de escala global sino que son principalmente para abastecer la región. Habrá inversiones pero en sectores puntuales (cadena cárnica, litio, minería, algunas cadenas agroindustriales, servicios y nada más). No moverán el amperímetro.
- Un realineamiento internacional de Argentina con el eje EEUU-UE que dejará rendimientos positivos en cuanto a potenciales futuros endeudamientos con organismos multilaterales o préstamos bilaterales pero de escasa gravitación en inversiones reales y en exportaciones.
Resulta paradojal que cuando los países
emergentes eran atractivos para el capital internacional – boom de los
commodities mediante – Argentina optó por un modelo de crecimiento endógeno
cerrado al capital internacional y ahora opta por el modelo opuesto cuando los
países emergentes perdieron gran parte de su atractivo. Parecería que vamos a contramano del contexto
internacional.
Pero estas limitantes no significan que el nuevo
modelo adoptado (basado en inversiones y exportaciones) fracase sino que sus
resultados tardarán más en llegar que con el modelo anterior – basado en el
consumo - en especial en lo que hace a
la percepción de la sociedad. En este sentido, la sociedad argentina puede
impacientarse si sólo ve ajuste sobre sus ingresos y sobre el empleo y añorar
los frutos de un modelo anterior agotado.
Las sociedades descreen cada vez más de los
sacrificios que se deben hacer en el presente en pos de un futuro mejor lejano
e incierto. (que el sacrificio lo haga el de al lado). La cultura de la
inmediatez es la predominante. Frente a la inmediatez este nuevo relato carece
de atractivo. Por otro lado: ¿Quiénes son los que pueden esperar los frutos de
un mañana lejano y difuso y aceptar los sacrificios y privaciones de un
presente cierto y concreto? La respuesta es obvia: son los que Galbraith
llamaba en el libro “La cultura de la satisfacción” los “satisfechos” que en términos electorales son una minoría. Son el
colectivo poblacional donde los sacrificios y privaciones son mínimos. Son los
que tienen capacidad de transferir el “ajuste” y exigir ese ajuste al resto de
la sociedad. Es por ello que sería recomendable que la actual administración
pondere de mejor manera como resguardar el poder adquisitivo de la población y
el empleo. Como resguardar el consumo que es hoy la única variable que tiene a
mano para evitar una caída de la actividad económica que la anterior gestión
dejo en niveles elevados.
El Gobierno es consciente de este escenario. Por
ello es que le resulta indispensable morigerar el ajuste y eso se llama cerrar
el default y poder volver a endeudarse a
tasas de mercado para poder sortear esta transición del desierto al supuesto
paraíso. Una suerte de puente de plata que le permita ganar tiempo. Hoy tener
sentido común significa cerrar este contencioso para evitar profundizar el
ajuste. Precisamente oponerse al acuerdo con los holdauts es promover un mayor
ajuste al actual.
Pero, no obstante el debate sobre esta coyuntura
y del escaso grado de libertad que le dio el Congreso Nacional al Poder
Ejecutivo para endeudarse – más allá de lo que ya le permite el presupuesto con
un monto de más de 500 mil millones de pesos - queda el interrogante sobre
hasta donde las restricciones externas antes señaladas limitaran o no la vuelta
a un sendero de crecimiento bajo este nuevo modelo, sobre los tiempos
requeridos así como los sacrificios demandados. Qué grado de acompañamiento
tendrá de la sociedad que estará revisando en estos meses como queda su
microeconomía. También será necesario calibrar hasta donde la economía
argentina puede sostener un proceso de endeudamiento externo si no recupera
tasas de crecimiento sostenidas. En tal sentido se va a tener que prestar
atención a lo que acontezca con las Provincias las cuales, cerrada la cuestión
del default, muy probablemente se lanzarán compulsivamente a endeudarse para
financiar gastos corrientes a tasas irresponsables (la reciente colocación de
deuda de la Pcia. de Buenos Aires a más de nueve puntos es un ejemplo de
ello).
Lamentablemente los tiempos económicos no
guardan congruencia con los tiempos de la política dado que esta última tendrá
pocos resultados económicos que ofrecer de cara a las legislativas del
2017. Pero este escenario complejo no es
sólo de Argentina sino que le cabe a toda la región. Como bien señala el ex
Ministro de Finanzas de Chile Andrés Velazco en su artículo “América Latina tras el auge de los recursos
naturales” publicado en el Boletín Terchint: “primero la región va a vivir en un
entorno menos amigable y eso ya dificulta la labor. Segundo, está el
hecho de poseer sociedades más empoderadas, medios de comunicación más activos,
ciudadanos más exigentes, hecho que es bueno, pero también genera tensión entre economías que andan más lentas y ciudadanos que esperan más. No será fácil administrar esa
tensión. Se requerirá de buenas políticas, de no caer en el populismo y la demagogia
que han sido tan típicas” Y yo agregaría de no caer en ajustes clásicos que también han sido muy
aplicados y que pueden llevar a las sociedades a añorar el populismo y la
demagogia.