miércoles, 30 de septiembre de 2015

La industria automotriz argentina necesita un nuevo modelo de organización industrial



Junto con la industria fueguina, el complejo automotriz argentino es uno de los más demandantes de divisas  para la importación. Si bien a diferencia de la industria fueguina posee un relevante dinamismo exportador en el Mercosur y en el resto de América Latina, su balance de divisas es estructuralmente deficitario.
Este carácter estructural es el resultante de un diseño de política industrial heredado de la década del 90 dónde los actores económicos de la cadena actuaron en sus estrategias empresariales en función de los incentivos/señales que la política industrial les daba.


Un poco de historia. Los noventa el origen del problema

A comienzos de los noventa y como resultante de un capitalismo de amigos (Macri-Sevel Antelo – Renault) y de la necesidad de reactivar rápidamente la industria a través del complejo automotriz se diseño un marco normativo específico para esta industria diferenciándola del resto del sector industrial. A través del Decreto Nº 2677/91 se establecieron incentivos específicos para las empresas terminales y sus empresas vinculadas que les posibilitaba: 
  • La importación de partes y piezas con un 2% de arancel. 
  • La importación de vehículos terminados que complementaban la oferta local de las terminales al 2% de arancel. 
  • El establecimiento de cupos de importación  para los vehículos originarios de extrazona junto con elevados aranceles de importación
A cambio de estos beneficios, las terminales automotrices se comprometían en los tres primeros años de vigencia del régimen a lograr una balanza global equilibrada entre exportaciones e importaciones. A efectos de facilitar a las empresas terminales el poder alcanzar este equilibrio, se estableció que un porcentaje de las inversiones se computen como exportaciones.

Este sistema de incentivos fomentó, vía aranceles diferenciales, una industria con escaso grado de integración dentro de un contexto de dinamismo creciente del mercado interno durante los primeros años de vigencia del Plan de Convertibilidad. La mayor demanda de vehículos, en un contexto de importaciones cuasi cerradas de vehículos terminados, significó que el crecimiento en los niveles de producción implicaba crecientes niveles de importación de partes y piezas dado el beneficio arancelario. Y claramente el objetivo de una balanza equilibrada de las terminales no fue alcanzado.

Balanza con Brasil y complementación

A comienzos de la década pasada la flexibilización de la política automotriz significó que el objetivo de balanza equilibrada se restringiera  a la balanza comercial con Brasil liberando de aranceles el comercio bilateral y manteniendo las importaciones de extra Mercosur con elevados aranceles de importación. Ello obligó a las terminales no radicadas en el Mercosur a radicarse ya que solamente se accedía al comercio bilateral entre Argentina y Brasil si la terminal se encontraba radicada en ambos países (caso contrario, si estuviera radicada sólo en un país debía tributar arancel como si fuera de extrazona). Ello significó la llegada de nuevas inversiones desde mediados de los noventa a efectos de poder captar una porción de un mercado regional de creciente dinamismo (Toyota, Fiat, GM y Honda son algunos ejemplos de lo señalado más allá de las particularidades de cada caso). La necesidad de estar radicado industrialmente en ambos países para el libre comercio bilateral apalancó este proceso. 

El cómputo de esta balanza bilateral automotriz entre Argentina y Brasil incluye hasta ahora un “flex” por el cual por cada dólar que Argentina exporta puede importar 1,5 dólar de Brasil. Este flex fue acordado a mediados del 2014 al bajar el mismo de 1,95 a 1,5 con el objeto de tratar de reducir el déficit argentino.  Este esquema de política es el que se ha mantenido hasta ahora el cual fue prorrogado hasta finales del 2015 y que podría ser prorrogable por cinco años más. Además se establecieron cuotas de mercado mínimas para la producción argentina en el mercado brasileño (11%) y de la producción brasileña en el mercado argentino (44,3%)

La foto del sector

La política seguida a lo largo de más de dos décadas en materia automotriz ha dado como resultado un modelo de organización industrial para el caso argentino que produce una balanza comercial deficitaria con Brasil y con el resto del mundo y que representa menos del 1% de la producción mundial.

El desafío

La próxima administración se enfrentará frente al dilema del continuismo en materia de política automotriz una vez superada la actual restricción de divisas, es decir mantener una industria estructuralmente deficitaria en términos de balanza comercial, Brasil dependiente en materia de exportaciones, o encarar políticas que signifiquen en el mediano plazo un transformación de su modelo de organización industrial. Argentina debe ir hacia una organización de menos terminales pero de mayor capacidad productiva por terminal. Se deben pensar en alcanzar tamaños de planta para producir por lo menos 200.000 unidades anuales que es la escala piso a nivel internacional para una planta automotriz.

Hoy en Argentina ninguna planta automotriz posee esa capacidad. El año 2011 que fue el mejor año de la industria automotriz (828771 vehículos producidos) ninguna planta automotriz alcanzó las 150 mil unidades producidas. La diversidad de plantas de baja escala es precisamente el rasgo estructural que impide el desarrollo de la trama productiva tanto del primero como del segundo y tercer anillo de proveedores.
Todos los intentos por promover una mayor integración local por mejor intencionados que sean chocan con esta limitante: la baja escala es un freno a cualquier estrategia al desarrollo de la cadena de valor. No es rentable el desarrollo de proveedores locales para bajas escalas productivas. Y la baja escala de las terminales está determinada porque su mercado externo se encuentra dependiente de lo que Brasil (y ahora México) nos compra y porque el mercado interno se encuentra fragmentado en 10 terminales. Por ello es necesario repensar la cuestión del modelo de organización industrial en términos de:

  •  Menos empresas terminales pero de mayor capacidad productiva. Para ello sería clave que el flex se mida por terminal y no de manera global. De esta forma cada terminal sabrá que su inserción en el mercado interno estará en función del grado de equilibro que tenga su balanza comercial y este equilibrio estará determinado por su inserción exportadora así como por el grado de integración de su cadena de valor. Estas reglas de juego llevará necesariamente a que algunas empresas terminales prevalezcan sobre otras.
  • Promover con incentivos fiscales la radicación de nuevas inversiones en el marco del esquema de plataformas globales (ofrecer los mismos modelos en todas partes del mundo con el objeto de reducir costos). Los incentivos deben ir solamente en esta dirección acompañando el proceso de reestructuración de la industria automotriz mundial que comenzó después de la crisis del 2008/2009.
  •  Multiplicar los acuerdos comerciales para eliminar barreras comerciales para poder acceder a nuevos mercados. El ejemplo mexicano es el modelo a seguir.
  •  Desarrollar una estrategia de negociación con las casas matrices tendientes a que parte de la trama automotriz argentina se inserte en las cadenas de valor global que la industria automotriz tiene a nivel mundial.
  • Reducir los costos logísticos. “low cost” es el leimotiv de la industria automotriz mundial

La industria automotriz es una gran generadora de entramados productivos de ahí su importancia para el resto de la industria. Podemos seguir con la industria automotriz como hasta ahora manteniendo un statu quo Brasil dependiente o animarnos a un nuevo modelo de organización industrial que sea superador en términos de inserción internacional e integración local.

lunes, 28 de septiembre de 2015

¿Milagro brasileño? o ¿milagro de los commodities?




El periodismo durante los últimos años han derramado ríos de tinta en relación al milagro brasileño el cual, a partir del crecimiento por encima de la media histórica, había logrado a partir de políticas sociales no clientelares haber sacado de la pobreza a cerca de 40 millones de personas.

Este exitoso proceso de desarrollo con inclusión social, en paralelo con el fortalecimiento institucional y la estabilidad democrática sirvió como una suerte de faro para los países de América Latina y de manera especial para la Argentina. Brasil se había convertido en una suerte de guía del sendero que había que seguir.

Sin embargo, poco se ha dicho que este supuesto milagro económico comenzó con un proceso de estabilización. El país comenzó a estabilizarse cuando, a partir del abandono del poder por Collor de Mello, asume el cargo su vicepresidente Itamar Franco y designa ministro de Hacienda a Fernando Henrique Cardoso, para enfrentar una inflación de 2.000% anual una de las más elevadas del mundo.

Para ello puso en práctica el reconocido "Plan Real" y la privatización de ineficientes empresas públicas con exitosos resultados que se tradujeron en el control inflacionario y el inicio de un proceso de crecimiento económico estable y progresista.

Ello le permitió a Cardoso ser electo y reelecto como Presidente de la República, durante los períodos de 1994 al 2002, asegurando los cimientos de lo que se podría considerar como el milagro económico de ese país, profundizado con los dos períodos sucesivos de gobierno de Luis Ignácio "Lula" da Silva y la administración de su sucesora, desde 2010, Dilma Rousseff.

La ilusión de un crecimiento ininterrumpido llegó a pronosticar que Brasil,  de mantener la tendencia en su desarrollo económico, podría convertirse en la cuarta potencia económica del planeta para el 2030, luego de China, los Estados Unidos y la India.

Los gobiernos del PT aprovecharon el crecimiento económico, el contexto internacional expansivo, el ingreso masivo de capitales a los países emergentes – siendo Brasil uno de sus exponentes –  y los altos precios internacionales, para realizar importantes esfuerzos para reducir las desigualdades en la distribución del ingreso -una de las más notorias de la región- y para incrementar la renta per cápita, que está por debajo de la media mundial; al igual que el índice de desarrollo humano, inferior al de muchos de los países del área.

Con políticas sociales no clientelares, el país logró sacar de la pobreza, en los últimos 8 años, cerca de 40 millones de personas, ahora integradas a la clase media, con pleno acceso a los servicios de salud, educación, créditos y empleos estables.

Pero detrás de este virtuosismo se escondían los problemas: la baja productividad y competitividad de su estructura productiva, bajos niveles de innovación en su economía así como un deterioro de su infraestructura física. Los altos precios de los commodities y el ingreso de capitales ocultaban estas falencias.
 
Desde 2009, cuando la economía brasileña se contrajo como consecuencia de la crisis financiera internacional, y luego de la expansión del 2010, Brasil comienza un proceso de desaceleración de su ritmo de crecimiento hasta llegar al estancamiento en el 2014 (0,1%) y entrar en recesión  para el 2015 con una caída del PIB del 2,5% y del 0,6% pronosticado en el 2016.

Lo que hace años atrás era “el modelo”, ahora Brasil es el ejemplo de errores y distorsiones acumulados en los últimos años. Problemas de oferta no abordados con una situación internacional difícil para los países emergentes y una desproporcionada intervención estatal han llevado al país a adoptar una política económica restrictiva poco explicitada antes de las elecciones pero que ahora se manifiesta en toda su dimensión. Todo en un escenario de caída de la actividad y de inflación creciente.

Y es que el fenómeno “Brasil” fue inflado por el sistema financiero internacional cuando atraía al capital especulativo generando importantes retornos sumado a una clase política que pensó que el contexto de abundancia era para siempre. En esa etapa los hechos de corrupción eran mal visto pero tolerados.  Pero cuando el contexto internacional cambió y Brasil comenzó a sentir la salida de capitales, comenzaron a desnudarse sus falencias estructurales.

Esto tuvo su primera manifestación en la depreciación del Real que ya perdió en lo que va del año un 33% respecto del dólar. Y una segunda manifestación en el proyecto de presupuesto para el próximo año que el gobierno envió al Parlamento y que por primera vez en la historia de Brasil preveía un déficit de unos 8500 millones de dólares, o sea el 0,5% del producto bruto interno (PBI). Sin embargo tuvo que ser reformulado para que sea superavitario en 9000 millones de dólares como forma de dar respuesta a la  agencia calificadora de riesgo Standard & Poor's (S&P) que le quitó a Brasil su grado de inversión.


El ministro de Finanzas, Joaquim Levy, ha empezado a aplicar lo que en Argentina es mala palabra: un ajuste para equilibrar el presupuesto.
·          
*   * Reglas más estrictas para obtener determinados beneficios sociales, como el seguro de desempleo,
·        * Alzas de impuestos sobre las importaciones y los carburantes, entre otros.
·        *  Freno en los planes de inversión de Petrobras, que suponían el 10% del total del país,  
·        *  Aumento en los tipos de interés hasta el 12,75% actual para contener una inflación del 7,7%.
·        * Recortes de 7000 millones en gastos
·        * Eliminación de ministerios (10 de los 39)
·        * Eliminación de empleos estatales
·        * Congelamientos de salarios de empleados públicos
·        * Recortes en programas sociales
·        * Un aumento de la recaudación de unos 10.500 millones a través de la reimplantación de un impuesto         financiero – impuesto a las transacciones financieras del 0,02% -. Todo con tal de llevar el déficit de 0,5% del PBI a un superávit del 0,7%

Pero el ajuste carece del consenso político necesario más allá de la Presidente. Y es que la “política”  va a enfrentar el ajuste dado que están en juego sus intereses/privilegios. Es una negociación complicada entre un Poder Ejecutivo “ajustador” con escaso capital político y un congreso populista que quiere sostener los resultados alcanzados en términos de ingresos, empleo y logros sociales. 

La perdida credibilidad y la dinámica de la crisis, junto a la persistente desconfianza de los mercados internacionales ha llevado a que el Gobierno esté anunciado cada día nuevos ajustes. Basta un ejemplo: el Gobierno había anunciado que los planes sociales (Bolsa Familia, Mi Casa, Mi Vida) eran intocables dado que son la marca de identidad del PT. Sin embargo ya se ha anunciado que se recortaran 6.800 mill. de dólares que eran destinados a programas sociales de salud y vivienda.

El caso brasileño deja en evidencia que los ciclos expansivos deben ser acompañados de medidas que permitan sostener en el tiempo la competitividad de la economía, la innovación dentro del sistema productivo y la inversión en infraestructura.  El sostenimiento y  ampliación de las políticas de inclusión social sólo puede hacerse en la medida que la economía les dé sustentabilidad. Una economía que priorice la mejora de la competitividad, de la innovación y de la productividad es la mejor garantía para que se sostengan con independencia del signo del ciclo económico

Ese es el arte de la política económica. Ni Brasil era la panacea hace algunos años atrás ni hoy es el peor país en performance económica. Lo único que aconteció es que el sistema económico internacional se dio cuenta que Brasil se desenvolvía por encima de sus posibilidades.

'El Financiero' de México recuerda hoy que no hace tantos años, el mundo dirigía su mirada a Brasil, que acababa de reformar exitosamente su industria petrolera y acaparaba la inversión hacia Latinoamérica. Sin embargo, "hoy el mundo voltea a Brasil, pero por otras razones. Así como fue exitoso hace poco, ahora está al borde del colapso. Hoy Brasil es víctima del gasto superfluo, de la corrupción y un poco de la mala suerte":
"En el 2010, hace solo 5 años, Brasil creció 7.5%. (...) De 2011 a 2014 el crecimiento promedio fue 2%. Este año, la producción ya empezó a decrecer, la OCDE espera una disminución de 2.8% para 2015. La inflación se acerca al 10%. La tasa de desempleo en julio de este año fue 7.5%.
La disminución en la calificación de la deuda soberana brasileña, por parte de Standard & Poor´s, le quita el grado de inversión y la sitúa en terreno especulativo, complicando el escenario para la economía aún más. Si las otras dos calificadoras, Moody´s y Fitch, siguen la pauta que marcó S&P´s, y rebajan la calificación, puede darse una fuerte salida de capitales ya que los fondos de inversión suelen invertir únicamente en papeles con grado de inversión. 
 Brasil tiene un gobierno muy caro. En 2010, su gasto público representó el 43.5% del PIB, superior al de casi todos los países latinoamericanos. El sistema de pensiones de Brasil es uno de los más laxos del mundo. (...) Este sistema ocasiona una presión cada vez mayor en las cuentas públicas y un déficit creciente. La burocracia brasileña es enorme. (...)
 La reforma energética que Brasil llevó a cabo finales de los 90s, permitió la participación de capital privado, nacional y extranjero, en la exploración, explotación y refinación de hidrocarburos en Brasil.(...)Sin embargo, con el paso del tiempo, Brasil ha ido dando pasos hacia atrás.  (...) Y no hemos hablado del escándalo de corrupción gigante en el que está envuelta Petrobras y diversos funcionarios.

 No es casualidad que Brasil esté atravesando un mal momento. Se han llevado políticas fiscales y monetarias altamente expansivas. (...) La rebaja en la calificación crediticia de la deuda soberana de Brasil pone en evidencia los graves problemas económicos que atraviesa, pero también, los complejos problemas políticos hacen la situación más crítica.
 Salir del embrollo no será fácil. Hay reformas estructurales indispensables. Cortar el obeso gasto público y reformar el sistema de pensiones. Sin embargo, dado el poco apoyo y la mínima popularidad que tiene la Presidenta Roussef, es prácticamente imposible que estas reformas puedan pasar por el Congreso".