lunes, 14 de septiembre de 2015

Hacia una política industrial vinculada a la ciencia, la tecnología y la innovación



Resulta notable el estancamiento intelectual que se refleja en el nivel de discusión que todavía existe en Argentina en torno de algunas temáticas. Ideas y conceptos que desde décadas ya no se discute a nivel internacional, aquí todavía siguen vigentes cual rémora que no nos permite abordar un nuevo escenario de discusión. Una de esas temáticas es la política industrial. 

Desde la restauración democrática Argentina, su política industrial osciló pendularmente de un extremo a otro. Cada etapa tuvo su léxico, su terminología y sus conceptos que le dieron una impronta propia.

La etapa militar - 1976/1983 - pasó de la política de apertura económica con retraso cambiario, que significó achicamiento industrial, a una etapa final caracterizada por el proteccionismo del final de los militares (1982) como consecuencia de la escasez de divisas derivada del conflicto de Malvinas y de la crisis de la deuda externa. Ello acompañado por regímenes de promoción industrial derivados de la etapa democrática anterior. Las palabras predominantes de esta etapa fueron  “industria eficiente, productividad, modernización, reconversión “ .  A la industria había que obligarla a competir, ya que esta competencia llevaría a la industria a la eficiencia sin importar bajo qué condiciones se hacía.  Fue la época de la “no política industrial”. Al respecto cabe recordar lo que señalaba el ex - ministro de economía Martinez de Hoz: 


“ la política industrial es básicamente incompatible con un sistema económico de mercado que requiere, para su éxito, que el régimen de precios no se encuentre distorsionado por intervenciones públicas” (Libro Bases para una Argentina Moderna  de José Alfredo Martínez de Hoz pag. 150).

 La etapa 83-88 estuvo signada por el continuismo de los regímenes de promoción industrial y  lo atinente a la administración de las importaciones. Las innovaciones en esta etapa fueron por un lado la política de promoción de exportaciones industriales con valor agregado a través de un conjunto de regímenes especiales que significaban una renuncia fiscal del Estado Nacional a favor de empresas exportadoras que se comprometían a incrementos en sus exportaciones. Los programas Especiales de Exportación , el ARGEX o el Régimen de Exportación de Plantas Llave en Mano fueron reflejo de este nuevo enfoque que se introdujo en esta etapa y sus resultados no fueron por demás relevantes al no poder ser sostenidos en el tiempo. El Plan Primavera (1988) y el ajuste fiscal sepultaron estas iniciativas. Por otro lado cabe destacar el inicio del proceso de integración con Brasil a través de los acuerdos de complementación en el sector de alimentos y de bienes de capital. “Diversificación de exportaciones, exportaciones industriales con valor agregado y complementación económica con Brasil” fueron las frases que expresaron las ideas industriales dominantes de esta etapa. En igual sentido se debe rescatar los procesos de asociación particular con Italia y con España tendientes a la adquisición de bienes de capital con financiamiento de estos países.

La crisis económica de fines de los ochenta dio lugar a la aplicación del Consenso de Washington con sus recomendaciones sobre desregulación económica, apertura económica y privatizaciones. Su aplicación, en un contexto de retraso cambiario generado por la convertibilidad, condujo a un proceso de desindustrialización, de desaparición de empresas, de rupturas de cadenas de valor con el consiguiente aumento de la necesidad de importaciones y de pérdida de empleo que no pudo ser compensado por un ofertismo fiscal.

Asimismo y en paralelo, también está etapa significó un proceso de modernización en muchas cadenas de valor a partir de la incorporación de paquetes tecnológicos de origen externo lo que fue estimulado por el retraso cambiario y desgravaciones arancelarias. La automotriz fue la única política explicita con protección e incentivos fiscales que constituía una suerte de contrasentido en relación a lo aplicado al resto de la industria. Y a nivel regional la constitución de  un Mercosur desprovisto de esquemas y acuerdos que promovieran la complementación e integración entre cadenas de valor en especial entre Argentina y Brasil significó una oportunidad perdida para la industria. “Modernización industrial, especialización industrial y la reconversión industrial” fueron las ideas fuerza del momento utilizadas para justificar esta política.

La crisis del año 2001/2002 significó otro movimiento del péndulo en la etapa 2003 – 2015 hacia un modelo industrial basado en el dinamismo del mercado interno, la sustitución de importaciones, un sistema de comercio exterior administrado, exportaciones competitivas vía tipo de cambio combinado con dinamismo de la demanda externa y altos precios internacionales de los commodities. A ello se agregaron incentivos fiscales nuevos, así como el mantenimiento de los existentes en la etapa de la convertibilidad – por ejemplo el reintegro a la venta de bienes de capital de origen nacional en el mercado interno - . “Re-industrialización, agregado de valor, fortalecimiento de cadenas de valor y del tejido pyme, sustitución de importaciones y fortalecimiento del mercado interno” fueron las ideas fuerza que expresaron esta etapa. Una suerte de puesta en valor y de recuperación del sendero de las ideas de política industrial del primer peronismo y de la concepción “gelbarista” de los setenta, sendero supuestamente truncado por la irrupción militar.

Sin embargo el virtuosismo de la política industrial comenzó a registrar en 2008-2009 y más especialmente a partir del 2012 signos de agotamiento: el tipo de cambio comenzó a ser menos competitivo al no acompañar el crecimiento de los costos de producción, aumentos salariales por encima de la productividad, sectores industriales que solo pueden sobrevivir por la protección, estancamiento del mercado interno, caída de exportaciones. Señales que nos indican el fin de una nueva etapa de política industrial en la cual no se ha dado un salto cualitativo. Deberíamos preguntarnos ahora qué se viene. Volver a lo pendular sería seguir perdiendo oportunidades – los noventa aun están frescos en la memoria - . Tampoco la idea absurda de querer producir todo localmente.


Tampoco sería deseable que la política industrial vuelva a ser solamente gerenciada vía tipo de cambio e incentivos fiscales. Ello fue el común denominador de estos últimos 30 años con independencia del sentido del péndulo. Si nos guiamos por lo que acontece en el mundo las políticas industriales se encuentran ligadas a los sistemas nacionales de ciencia, tecnología e innovación.

Debemos en tal sentido copiar las mejores prácticas internacionales que sean adaptables a nuestra estructura industrial así como entender que debemos insertarnos en las cadenas de valor de alcance global que hoy dan forma a la industria a nivel mundial si es que queremos tener una industria competitiva y sustentable. Reiterarnos en los viejos instrumentos de política industrial – subsidios, desgravaciones - servirá únicamente para mantener a duras penas el statu quo de la industria, sin un salto de calidad, lo que es una forma de seguir retrocediendo. 

Las nuevas políticas e instrumentos que suponen la articulación de la industria con el Sistema Nacional de Innovación, requiere de nuevos esquemas de ingeniería institucional que sean capaces de asumir la administración de estos nuevos instrumentos de política. Ni la estructura organizacional del estado que se ocupa hoy de la industria, ni sus recursos humanos se encuentran preparados para esta nueva generación de instrumentos y acciones que una política industrial del siglo XXI exige.

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