La
vorágine del consumo no afecta a todos los bienes y servicios por igual.
Podemos distinguir en este sentido dos universos de bienes: los bienes y
servicios provistos por el sector privado por un lado y los que son provistos
por el Estado que denominamos como bienes públicos.
Los
primeros se caracterizan por venderse en el mercado, poseen en consecuencia un
precio, su consumo es impulsado por la publicidad, en muchos casos ofrecen imagen o status a los consumidores
que los adquieren y cuentan en las economías de mercado con una agenda de
política económica que sirve de soporte a la posibilidad que puedan ser
adquiridos de manera creciente. Son ni más ni menos que la respuesta que brinda
el sistema productivo al proceso de creación de necesidades que provoca en los
consumidores.
El
segundo universo está conformado por los bienes y servicios públicos que son
provistos a los consumidores por los Gobiernos. Estos, a diferencia de los
primeros, carecen de un marketing y de una publicidad que los haga atractivos a
los consumidores. Se nos entregan como contrapartida por los impuestos que
pagamos. No se “venden” en el mercado ni tienen un “precio” como los privados. Se
financian con tarifas o vía impuestos.
Mientras
el primer universo – los bienes privados - está compuesto tanto por bienes
indispensables como por bienes superfluos - y estos últimos son cada vez más
crecientes dentro del total de la oferta de bienes privados -, los provistos
por la esfera pública siempre son indispensables. Pensemos tan solo en los
servicios de salud, de educación, de seguridad, de mantenimiento de los
espacios públicos, de la recolección de basura por solo citar algunos de ellos.
Sin ellos nuestra vida sería imposible. Por el contrario podríamos prescindir
de muchos bienes privados y nuestra vida en nada se alteraría.
Pero
estos dos universos de bienes y servicios señalados no se encuentran en
equilibrio. Se verifica un desequilibrio creciente en favor de la importancia de
los bienes privados y en detrimento de los públicos lo que nos aleja de la idea
de lo que Galbraith denominaba la
necesidad de un “equilibrio social” entre bienes privados y públicos.
Varios
son los factores que han provocado un corrimiento de la frontera a favor del
universo de los bienes privados. En primer lugar, existe una diferencia
vinculada a la utilidad. Los bienes y servicios públicos valen o son útiles por la utilidad que
prestan a los consumidores pero carecen de ese otro componente de utilidad que denominaremos
como utilidad indirecta que podemos definir como la capacidad de mejorar el
posicionamiento del individuo en la sociedad, aportando imagen o prestigio a quien los adquiere o consume. Los
bienes públicos son la antítesis de ello ya que en general son de alcance y
cobertura universal a todos los consumidores en las economías de mercado
modernas y se alejan de los intereses del paradigma individualista. El consumo
de los mismos no contribuye a generar ningún factor de diferenciación entre
consumidores.
En
segundo lugar, al no ser adquiridos por los consumidores en el mercado tienen
por ello una menor valorización para estos. En la economía de la sociedad de
consumo los bienes valen más si tienen un “precio” y son adquiridos en el
mercado por los consumidores. Los bienes públicos no tienen precio ni se
adquieren en el mercado. Su “precio” está en relación con la detracción que a
través de impuestos el Estado le hace a los ingresos de los consumidores. Y
toda detracción de los ingresos en general es percibida por los consumidores
como algo negativo a sus intereses.
Si
uno de los componentes de la política económica moderna es la baja de impuestos
para poder aumentar el ingreso disponible de los consumidores a efectos de
liberar recursos que les permita utilizarlos en la adquisición de bienes
privados, ello trae aparejado
limitaciones crecientes en los ingresos del fisco afectando tanto el volumen
como la calidad de los bienes públicos ofrecidos a los consumidores. La menor
calidad y precariedad de los bienes y servicios públicos ha significado en
muchos países una concentración en el consumo de estos bienes por parte de los
sectores sociales de menores ingresos.
Por
el contrario, los sectores de medianos y altos ingresos cada vez consumen
bienes que son de naturaleza pública pero provistos por el sector privado. La
educación privada, la salud privada, los servicios de seguridad privados son
algunos ejemplos de lo señalado.
El
avance de lo privado sobre lo público mediante la transferencia creciente de
actividades a la primera esfera, a partir del deterioro en la calidad de la
oferta de bienes públicos, termina reforzando la agenda de política económica
tendiente a reducir los impuestos sobre los sectores que tienen una mayor
capacidad de consumo, ya que son estos los que permiten mover la rueda de la
generación de nuevas necesidades y la satisfacción de las mismas por parte de
la producción privada. Surge espontáneamente en amplios sectores sociales la
pregunta del ¿porqué pagar impuestos por bienes públicos que al ser de mala
calidad no consumo y que he reemplazado por la oferta privada? No parece ser “políticamente
ni moralmente correcto” la formulación
de esta pregunta ya que expresa la ausencia de solidaridad y equidad
social pero convengamos que subyace este razonamiento en los sectores sociales
que pueden acceder a bienes de naturaleza pública provistos por el sector
privado.
Podemos
hacer el razonamiento más sencillo: pongamos a cualquier consumidor en la
disyuntiva de ofrecerle aumentarle los impuestos para mejorar un servicio
público o proponerle reducirle los impuestos a efectos de permitirle con el
mayor ingreso disponible consumir más bienes privados. Seguramente elegirá la
segunda alternativa y más aún la elegirá si ya ha reemplazado el consumo de
bienes públicos provistos por el Gobierno por bienes públicos provistos por el
sector privado. No tiene sentido para él,
desde su lógica individual seguir tributando impuestos por contraprestaciones
que ya no recibe.
Claramente
en la sociedad de consumo moderna donde prevalece lo individual sobre lo
colectivo, resulta una lógica consecuencia el predominio de los bienes privados
sobre los públicos.
Este
tipo de conductas de los sectores de medianos y altos ingresos no es un hecho
menor ya que conforman lo que hoy se conoce como la opinión pública. La opinión
de esto sectores sociales es la que importa al mundo de la información –
diarios , revistas, televisión , radio, internet - ya que este mundo vive de la
publicidad y esta es aportada principalmente por el mundo de la producción que
es el que crea las nuevas necesidades de consumo las cuales se destinan a los
sectores sociales antes aludidos. Esta opinión pública que expresa los
intereses de los consumidores de bienes privados es la que termina degradando -
voluntaria o involuntariamente - la importancia de los bienes públicos.
Es
lo que Galbraith ha denominado en su
libro La Sociedad Opulenta como la mayoría satisfecha. Esta mayoría a la
que le importa seguir las pautas de la sociedad de consumo y que demanda
permanentemente a la política menos
impuestos a tributar, es claramente funcional al modelo consumista. Lo señalado
va más allá de la mera disputa entre bienes privados y públicos sino que
esconde una profunda fractura entre quienes consumen bienes privados y quienes
sólo pueden consumir bienes públicos.
Que
una comunidad pueda tener una nueva escuela, mejores espacios públicos, mejores
caminos o mayores y mejores lugares de esparcimiento para su población, ello
supone que cada contribuyente deberá aportar para ello los recursos necesarios
a través de impuestos. Pero si se le permite disponer de esos ingresos la
sociedad de consumo le ofrecerá un menú de bienes (privados) que podrá adquirir
con esos recursos que deja de aportar al fisco y siempre se termina optando por
los bienes privados limitando cualquier posibilidad de mejora en la cantidad y
calidad de los bienes públicos.
Lo
que subyace en definitiva es la priorización en la satisfacción de las
necesidades privadas antes que las públicas, de las individuales sobre las
colectivas. No solo existe esta priorización a favor de los bienes privados
sino que además los consumidores no tienen la necesidad de demostrar la
necesidad de adquirir los mismos. Por el contrario, para poder construir infraestructura
que posibilite mejorar la oferta de bienes públicos el Estado debe demostrar su
necesidad a los contribuyentes. Necesidad que debe ser demostrada a una opinión
pública conformada por los satisfechos que desean pagar menos impuestos al ya
haber estos optado muchas veces por el consumo de bienes de naturaleza pública
provistos por el sector privado.
Existe
una clara discriminación entre bienes privados a los que se alienta adquirir y
los bienes públicos considerados como de segunda categoría.
Tomemos
el caso del “bien público seguridad”. El sector privado puede reemplazar muy
limitadamente a lo público en la provisión de esta seguridad. Mientras la
mayoría satisfecha está dispuesta a degradar la calidad y cantidad de la oferta
de bienes públicos en aras de pagar menos impuestos al estar abastecidos de los
mismos por el sector privado, no acontece lo mismo con el bien el cual no puede
ser provisto por alguien distinto del Estado
Cuando
los hechos de inseguridad afecta a los sectores de menores ingresos que poco
consumen y pocos bienes detentan, estos pasan inadvertidos para los medios de
comunicación. Cuando la inseguridad atañe a los satisfechos, a los que
consumen, aparecen en la agenda pública las demandas de mayor seguridad, de
leyes más duras, de un mayor equipamiento de las fuerzas de seguridad, de
cámaras de seguridad en las calles, de mayor inversión en el sistema
carcelario, etc.
Esta
demanda por seguridad, que responde a una necesidad objetiva, requeriría de
mayores recursos que los disponibles lo que significaría la necesidad de
mayores impuestos y aquí tenemos la contradicción: por un lado se coloca como
ícono social el poder aumentar la posesión de bienes privados pero somos
reticentes a aumentar los desembolsos – impuestos – para tener un sistema de
seguridad que resguarde precisamente de la inseguridad y el delito esos bienes
privados que adquirimos.
Nos
escudamos para ello en que el estado debe ser más eficiente en la
administración de los recursos de los contribuyentes pero pocas veces – casi
nunca – reconocemos que aparte de exigir una mejor administración de los mismos
también se requiere mayores recursos que los aportados y que debe traducirse en
más impuestos. Pero exigir ello – más impuestos - choca con los intereses del
sector privado tanto en su rol como productor de bienes y servicios de
naturaleza privada así como oferente de
bienes y servicios de naturaleza pública. Pero por sobre todo choca con los
intereses de los individuos en su rol como consumidores.
El desequilibrio entre bienes públicos y privados no es uniforme entre
sociedades y países. En los países donde el Estado de bienestar se encuentra en
retroceso frente al mercado “los que consumen” se abastecen de bienes públicos
en la esfera privada – principalmente la salud y la educación – En ellos sus
ingresos se ven sometidos a una doble presión: la necesidad por un lado que
dicta la sociedad de consumo y a su vez proveerse de bienes públicos de calidad
en la esfera privada. Requiere esfuerzos y sacrificios mayores. Siendo ello
así, el sistema económico – productivo de estos países debería repensar en qué
medida es funcional a sus propios intereses el actual escenario en que los
consumidores deben asignar una porción sustantiva de sus ingresos a proveerse a
través del sector privado, de bienes que podrían ser ofertados por lo público
en calidad y a menores costos lo que liberaría ingreso disponible para que los
consumidores pudieran adquirir una mayor proporción de bienes privados.
Si
ello sucediera el conflicto ya no sería entre bienes públicos y bienes privados
sino dentro del sector empresarial entre los que proveen bienes privados y los
que proveen bienes públicos provistos por empresas. La solidaridad de intereses
dentro del propio sector empresarial o la estrechez de miras les impide plantear
esta alternativa. Es lo que explica que adhieran a un discurso que no propugne
dotar de más recursos a la provisión de bienes públicos.
La
estrechez de miras también alcanza a los consumidores. Si estos analizaran en
profundidad el desequilibrio existente entre bienes privados vs. públicos
seguramente se darían cuenta que lo que no pagan vía mayores impuestos, lo
terminan pagando con creces a través de proveerse de los bienes públicos en la
esfera privada.
Ud.
lector podría señalar que el argumento de darle más recursos al Estado vía más
impuestos sólo sería válido si damos por supuesto el uso eficiente de dichos
recursos por parte del Estado lo que generalmente no ocurre. Pero el argumento
de la baja gestión estatal de los recursos es en realidad otro problema a
resolver independiente de la cuestión central que es la necesidad de dotar a
“lo público” de los recursos que les permita una provisión de bienes públicos
de calidad y bajo costo. Ambas cuestiones deben ser resueltas simultáneamente.
Poner eje solo en la eficiencia y no en mayores recursos es garantía que nunca
alcancemos tener bienes públicos de calidad. Y mayores recursos exigen por un
lado de mayores impuestos a los que tienen capacidad contributiva de aportarlos.
Si
no queremos mayores impuestos a los consumidores, los recursos fiscales para la
provisión de bienes públicos, pueden obtenerse de racionar las ayudas económicas
vía subsidios o desgravaciones impositivas del que goza el sector privado. Un
progresismo moderno que se precie de tal debería
tener este principio como ejes de su acción.
Promover
un mayor equilibrio entre bienes públicos y privados y al mismo tiempo ser
permisivos en el otorgamiento de ayudas económicas al sector privado resulta un
total contrasentido. Si es innegable que la competitividad de una economía está
cada vez
más
determinada por la calidad de sus recursos humanos, resulta por demás
indispensable contar con los recursos fiscales que permitan disponer de un
sistema de educación pública que asegure la provisión al sistema productivo de
recursos humanos de calidad.
Un
sistema educativo de calidad e incluyente debería ser la principal política
activa de una economía moderna y competitiva. En tal sentido, toda propuesta de
política de ayuda económica al sector privado productor de bienes y servicios
de naturaleza privada debería ser analizada bajo el prisma de los bienes
públicos que se dejarían de producir con los recursos que se derivan a la
producción de bienes privados. Si hiciéramos este ejercicio muy probablemente
muchas políticas productivas se descartarían. Y este ejercicio resulta mucho
más necesario cuando se trata de economías de mercado con marcadas inequidades
y desigualdades. Pero siempre es preferible ocultar la contradicción existente
cuando lo que se trata es de defender los intereses del sistema productivo.
El
trasfondo de la cuestión de la prevalencia de los bienes privados sobre los
públicos hoy imperante en la mayor parte de las economías de mercado es que nos
han inculcado privilegiar lo uno sobre lo otro. Y ello se correlaciona con el
privilegio de los ámbitos individuales sobre los colectivos. Se ha impuesto la
idea de que lo público, lo que no poseo en forma exclusiva al ser propiedad de
todos es de menor importancia que lo privado. Pretendemos bienes públicos de
calidad pero a la vez pretendemos pagar
menos impuestos que nos libere ingresos para poder consumir una mayor
proporción de bienes privados. Es un total contrasentido.
El
contraste entre bienes públicos y bienes privados también se correlaciona con
la contradicción existente en la sociedad moderna entre los intereses
inmediatos de los individuos más vinculados con la esfera de lo individual y
por ende con la adquisición de bienes privados, y los intereses no inmediatos
que se relacionan con los de la comunidad y que atañen a la provisión de bienes
públicos. La temporalidad juega un papel determinante. La inmediatez predomina
en la sociedad de consumo. Atañe a los
bienes que se adquieren y consumen en el presente que son por naturaleza
privados. Por el contrario, cuando se trata de producir un nuevo bien público
con los recursos que se generan a través de los impuestos de los
contribuyentes, se está aportando para consumir un bien o servicio que estará
disponible en el futuro (una nueva escuela, una ampliación de un hospital, una
nueva autopista). En definitiva, los bienes presentes que se consumen hoy son
más valorizados que los futuros donde su posible consumo es incierto. Los
primeros tienen que ver esencialmente con la esfera privada mientras que los
segundos con la pública.
Si
fuéramos capaces de despojarnos por un momento de nuestro rol de consumidores
de bienes privados y poder comprender el antagonismo existente entre los
intereses públicos y los privados, difícilmente estaríamos dispuestos a aceptar
el desequilibrio hoy existente a favor de lo privado. Más no podemos darnos
cuenta. Tratamos apenas de actuar y de pelear legítimamente de acuerdo a lo que
entendemos que son nuestros intereses pero mientras más lo hacemos más
contribuimos al desequilibrio. Como
señala el poeta y sociólogo español Jorge
Reichmann:
“Si la sociedad consagrase al
esfuerzo de satisfacer las necesidades básicas de los más pobres siquiera una fracción
de la ingeniosidad y los recursos que se destinan a moldear las preferencias de
consumo de los que tienen poder de compra, hace mucho que se habría erradicado
la pobreza y el hambre”.
La propia clase política hace su contribución al desequilibrio: es la primera en utilizar los bienes privados
de naturaleza pública: mandan a sus hijos a colegios privados, cuidan su salud
a través de la medicina privada y viven en countries o barrios privados y por
ende gran parte de su sistema de seguridad personal es privada. Es decir que
para ellos la problemática de los bienes públicos es algo que les atañe desde
lo “político” pero que en nada se relaciona con su persona o familia. ¿Qué
grado de compromiso podemos esperar para fortalecer la oferta de bienes públicos
si la propia
clase política no es usuaria de la misma? ¿Qué sucedería si se
obligara a ministros y secretarios de estado a utilizar la oferta de servicios
públicos como condición para poder acceder a los cargos? Seguramente el
compromiso con los bienes públicos sería mayor y terminaría con este doble
estándar de defender lo público y utilizar en lo personal los bienes y
servicios privados.
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