domingo, 22 de mayo de 2016

Los políticos son ante todo agentes económicos



No es un fenómeno argentino sino global. Es el desencanto con la “política” que atraviesa a una gran cantidad de sociedades democráticas. Un desencanto vinculado a la distancia que se verifica entre las expectativas de las promesas a los electorados y las concreciones efectivamente alcanzadas por la clase política. El descreimiento, la indiferencia y la apatía electoral son la resultante de este desajuste.


¿Eso significa que los políticos son malos, son incumplidores, etc.? A priori parecería que sí pero una mirada más objetiva nos debería llevar a reconocer que la actividad del “político” es una profesión como cualquier otra aunque tiene ciertas particularidades que las diferencian del resto. Explicaremos ahora esto en detalle.
Por un lado debemos convenir que es una profesión como cualquier otra en el sentido  de que se ejerce como medio de vida. Eso no significa que no exista al comienzo un altruismo o una idea de querer mejorar la sociedad donde se vive. Es más, esto puede coexistir con el hecho de constituir el medio de vida. El reconocer esto supone dejar de idealizar al político como una figura que está al “servicio” de la sociedad exclusivamente. 

Pero por otro lado esta profesión tiene particularidades respecto de otras debido a que el ejercicio de esta carrera profesional está sometida a niveles de incertidumbre que otras profesiones carecen o tienen en menor medida. La profesión del político está sometida a los vaivenes de las circunstancias electorales. Una mala elección o una coyuntura política desfavorable puede hacerlos expulsar de la esfera pública. Ello conlleva a que la necesidad de supervivencia dentro del sistema político termine por flexibilizar sus ideas, valores, creencias en pos de poder mantenerse dentro del mismo. Esta conducta podría ser desaprobada desde lo ético pero es absolutamente racional desde el punto de vista económico. El político no deja de ser un agente económico más que actúa con criterios de racionalidad.

Se podrá señalar que otras profesiones no están sometidas a la tensión de las coyunturas electorales o de cambios de gobierno pero sí están sometidas a las tensiones del mercado dentro del cual se desenvuelven. Ello es cierto, pero debemos convenir que otras profesiones poseen un mayor grado de estabilidad que la del político. Dependen más de sí mismos. El político que es expulsado del sistema – el volver al llano -  debe buscar una nueva profesión o pretender volver a la que se ha formado aunque las posibilidades de ello son reducidas (la edad y su no ejercicio atentan en su contra). Por ello, el objetivo prioritario del político es permanecer dentro del sistema al precio si es necesario de cambiar de posición política, ideas, alianzas, etc. Debe acompañar las grandes tendencias y giros de la política para poder sostenerse. Constituye entonces una carrera como cualquier otra.

Pero hay una segunda particularidad y es que la ocupación de cargos públicos electivos supone una toma de posición en temas o problemas que atañen al interés de la sociedad, algunos de los cuales son por demás sensibles. Y en estos casos el abordaje de los mismos y su resolución debido a su complejidad supone la posibilidad de asumir costos para el político que pueden

implicar el riesgo de que su carrera política termine o se vea dañada. Por ello, el político profesional trata de abordar temas que impliquen el menor riesgo posible  para su carrera mientras que frente a los problemas de alta complejidad lo que se tiende es a administrar los mismos – hacer como que se ocupa de ellos – pero sin comprometerse en su resolución. En definitiva hacer como que se hace. Subyace una racionalidad que mide costos vs beneficios.

Esto puede ser criticable pero deberíamos preguntarnos qué haríamos nosotros si estuviéramos en su lugar. 

Es fácil exigir grandes transformaciones cuando es el otro el que las tiene que acometer – asumir los riesgos y los costos - y no uno. Algunos podrán decir que en definitiva es lo que el político decidió como opción al elegir esta actividad pero deberíamos preguntarnos si nosotros en nuestras actividades estaríamos dispuestos a enfrentar situaciones complejas cuando estas pueden evitarse o diferirse.

Los políticos constituyen agentes económicos racionales como cualquier otro que se desenvuelven en un ámbito (un mercado) donde se compite (tanto por cargos electivos o técnicos) tratando de maximizar beneficios y reducir costos. Deberíamos despojarnos de la idea del político o del funcionario como alguien especial que por su actividad es distinto al resto de los mortales. Ello significa que pueden con su accionar maximizar su beneficio sin que ello signifique maximizar el beneficio de la sociedad.


Finalmente, no es un hecho menor que la “política” también se ha transformado en un mecanismo de ascenso social lo que profundiza la importancia de los aspectos antes señalados. Por ello es que adquiere además un carácter hereditario, como una suerte de capital simbólico – contactos, relaciones – que es transferido por el político profesional a su descendencia. No debería sorprendernos  por ello que los apellidos se repitan como una suerte de casta a lo larga de las distintas décadas.

Si este comportamiento lo racionalizamos desde una óptica económica, si apelamos al sentido común, deberíamos  esperar menos de la política y de los políticos aunque estos resulten indispensables para el funcionamiento del sistema democrático. Pensar más en lo que podemos resolver por sí mismos como agentes económicos que somos y menos en lo que los políticos nos pueden resolver. Gran parte de la apatía e indiferencia de la sociedad hacia la política podría explicarse por este diagnóstico y ello lejos de ser perjudicial puede ser saludable para el bienestar de la sociedad al tener expectativas más moderadas acerca de los que nos pueden resolver los políticos.