miércoles, 29 de junio de 2016

La devaluación de las palabras en la política económica



Cada momento o etapa de la política económica argentina han tenido un vocabulario que le dio impronta, contenido y dirección. Estas palabras, estas frases, tuvieron su génesis, su apogeo y su caída en correlato con los vaivenes de la política económica que estas decían representar y expresar.


Muchas de ellas reaparecen después de un tiempo o se busca reemplazarlas por alguna otra cuyo significado sea similar, si es que han caído en el descrédito público. Otras vuelven a aparecer tal cual habían sido expresadas en épocas pasadas, a pesar de que ya en su momento, habían mostrado que la política económica a la que le daban significado se había agotado.

Por ejemplo la palabra “ajuste” muy utilizada durante la década del noventa  tiene una mala connotación y ahora se prefiere hablar de “sinceramiento”. Sin embargo, esta palabra ya había sido utilizada durante el Proceso de Reorganización Nacional. En el libro “Bases para una Argentina Moderna 1976-1980” de José Alfredo Martínez de Hoz en su prefacio señala: “el saneamiento y sinceramiento de la economía argentina”. Durante el Proceso otras palabras utilizadas fueron “reordenamiento y reestructuración” de la economía argentina, progreso individual, iniciativa individual, productividad, igualdad de oportunidades, eliminación de distorsiones, apertura económica, inserción en el comercio internacional entre otras. También en esta etapa se mencionaron los conceptos que debían ser erradicados tales como: sustitución de importaciones, ahorro de divisas o fomento de las industrias de mayor valor agregado.


Muchas de estas palabras volvieron a utilizarse durante la década del noventa, durante la vigencia del Plan de Convertibilidad y se agregaron otras como desregulación, flexibilización laboral, privatizaciones, AFJP, reducción de aportes patronales, especialización industrial, todas las cuales cayeron en el descrédito con la crisis del 2001.

El kirchnerismo es un ejemplo de reinstalación de palabras de la década del sesenta y del setenta como “desarrollo, desarrollo regional, mercado interno, industrialización, reindustrialización, rol del estado, políticas activas, protección de la competencia externa, sustitución de importaciones, valor agregado”. E incorporó nuevas como ciencia, tecnología, innovación, valor agregado en origen, fomento a las pymes, cadenas de valor, cluster, por solo citar algunas.

A la luz de la nueva etapa económica iniciada en diciembre del año pasado y del deterioro económico heredado, la mayor parte de las palabras y frases del párrafo anterior han quedado en desuso. Quizás sobreviva el concepto o idea de “desarrollo” aunque a decir verdad, a fuerza de haber sido repetida tantas veces ya no sabemos que contiene o si su significado tiene las mismas connotaciones que tuvo en años anteriores.

Las nuevas palabras de la nueva etapa económica todavía no han sido enunciadas en su totalidad aunque algunas ya han sido explicitadas: sinceramiento, ordenamiento, competitividad, mayor inserción internacional, atracción de inversiones, “sacarle el pie del Estado a los empresarios”, emprendedores, innovación, etc.

Más allá del valor intrínseco que tienen todos estos vocablos pronunciados en las distintas etapas de la política económica argentina, queda claro que la clase dirigente argentina (política-empresarial) ha tenido la peculiar capacidad de devaluarlas, de desacreditarlas frente a la sociedad. Este descrédito no deriva del poco valor intrínseco de las palabras, sino de la confianza ciega que muchas veces les otorgamos, sin darnos cuenta que estas siempre tienen un valor relativo y no absoluto. La validez depende muchas veces del contexto sobre el cual se aplican. En otras oportunidades se enunciaron pero las acciones que se llevaron adelante no las representaban.


Esperemos que esta nueva etapa se elija bien las palabras que le darán significado a la política económica ya que el diccionario lo estamos agotando con celeridad.

lunes, 13 de junio de 2016

Es el consumo, “estúpido”



“Los que se persuaden de que es posible hacer vivir de acuerdo con la razón a las multitudes, sueñan con la edad de oro de los poetas, es decir, se complacen con la ficción” (Tratado Político – Baruch Spinoza)


Un economista reconocido que adscribe al oficialismo señaló muy suelto de cuerpo que se alentó el “sobreconsumo” y “que se le hizo creer a un empleado medio que su sueldo servía para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”.


Podríamos preguntarle en primer lugar al economista para que sirve un sueldo de un empleado medio. Siguiendo la lógica del razonamiento anterior seguramente ese empleado medio sólo debería aspirar a “consumir” lo mínimo e indispensable para su supervivencia (alimentos, alguna vestimenta y tarifas). La supuesta racionalidad de los economistas es que ese empleado medio sólo podría aspirar a consumir el set de bienes descripto en la medida que aumente su productividad y ello se traduzca en un aumento de sus ingresos. Y que para ello hay que evitar el retraso cambiario, aumentar la competitividad y apostar al crecimiento a través de las inversiones y las exportaciones no como se hizo en los últimos años ni tampoco como se hizo en los noventa. El empleado medio debería creer en el largo plazo. La historia argentina hace añicos esta creencia.
 
En definitiva, el empleado medio “debería esperar” a que el círculo virtuoso de la inversión lo empujen a un nuevo escenario de consumo sustentable. Es difícil de explicar porqué los que no necesitan esperar para consumir lo que deseen le pidan a otros que esperen o posterguen consumos. Podríamos también preguntarle a los fabricantes de autos, celulares, plasmas o a las agencias de turismo que opinan al respecto.

El problema de los economistas, – no quiero personalizar – además de hablar sólo para que los escuchen otros economistas, es que trabajan con viejas categorías por las cuales no logran valorizar en su justa dimensión la importancia que tiene el consumo como el principal espacio de realización de las personas en la moderna sociedad de mercado más allá de su importancia como variable macroeconómica. Es más que una variable macro. Los economistas deben comprender que hoy somos antes que nada consumidores y no ciudadanos. Esto no fue espontáneo: el propio sistema de producción de bienes y servicios es el responsable del proceso de creación permanente de nuevas necesidades, proceso que es el que permite mantener la rueda de la producción y el crecimiento. Y rige además el principio de la inmediatez: quiero consumir aquí y ahora. Los consumos ya no se difieren: el futuro es incierto en economías como la argentina donde se consume cuando se puede o se dan las condiciones y no cuando se quiere. La macroeconomía no ha introducido estas nuevas dimensiones en el análisis, al contrario de la microeconomía dónde el índice de confianza del consumidor en un insumo clave en las decisiones de las empresas.


La importancia del consumo, más allá de su dimensión cuantitativa, ha sido entendido desde siempre por el populismo tanto de derecha como de izquierda: recordemos que Menem fue reelecto en un contexto de boom de consumo y un desempleo de 18 puntos y que Cristina Kirchner también fue reelecta gracias a los consumidores. Y hasta los militares hicieron populismo de consumo con el retraso cambiario (tablita) mientras sucedía en la Argentina el drama de los derechos humanos. Y ahora lo paradojal es que vamos de nuevo a un escenario de atraso cambiario que el economista tanto crítica.

Desde lo racional es cierto que no es sostenible un consumo bulímico si no está acompañado por crecimiento, inversiones y abundancia de dólares vía exportaciones e inversiones pero la pregunta que deberíamos formularnos es cual es la responsabilidad que han tenido las elites empresariales - economistas incluidos - en que este círculo virtuoso no se haya dado desde la restauración democrática. No es culpa del empleado medio y no puede ser la variable de ajuste. Seamos serios. Además este empleado medio no se está imaginando el celular, el auto, el plasma, el aire acondicionado: los tiene, son concretos, tangibles y contra ello no hay racionalidad que valga. No son una fantasía.

Todo lo señalado explica porque los economistas no progresan en la política y mejor que así sea.

domingo, 5 de junio de 2016

Alianza del Pacífico – Mercosur. ¿De qué estamos hablando?



La posibilidad de que Argentina sea aceptada como miembro observador de La Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México) y un potencial acuerdo futuro del Mercosur con esta Alianza supone dos planos de análisis: el económico comercial por un lado y el político por el otro.

A nivel económico – comercial debemos señalar que no comenzamos de cero: el Mercosur ya tiene un acuerdo vigente de libre comercio con la Comunidad Andina (Perú, Ecuador, Colombia)(ACE 58 y ACE 59) y por otro lado ya existían acuerdos con Bolivia (ACE 36) y Chile (ACE 35). Es decir que ya existe un área de libre comercio del Mercosur dentro de América del Sur. Por ello, la cuestión comercial pendiente es la que Mercosur mantiene con México con el que no se ha podido hasta ahora alcanzar un acuerdo de libre comercio. Por lo tanto la cuestión de la relación entre el Mercosur y La Alianza es en realidad una cuestión de la relación del Mercosur con México.

El ACE 54 del año 2002 que debería que debería haber dado forma al acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y México nunca prosperó. Hasta ahora tanto Argentina como Brasil tienen firmados con México acuerdos de alcance parcial (AAP N° 6 y 53 respectivamente), es decir acuerdos que contemplan una desgravación en el tiempo para un conjunto de posiciones arancelarias pero que no abarcan a la totalidad del universo arancelario de ahí que se denominen acuerdos parciales. A estos acuerdos se le debe agregar el AAP N° 55 que reglamenta el comercio automotriz entre Argentina y México (apéndice 1) y entre Brasil y México (apéndice 2) dónde se establecen cupos (en divisas) para el comercio de vehículos y autopartes libres de derechos de importación con un horizonte de libre comercio para el 2019. 

La reseña del párrafo anterior sirve para poner en evidencia que una cosa es la voluntad política de alcanzar acuerdos comerciales que significan la apertura de mercados para nuestra oferta exportable, lo cual debe siempre alentarse, y otra muy distinta son las posibilidades ciertas donde los acuerdos de liberalización son posibles en la medida que las estructuras productivas de cada contraparte no se vean afectadas por el proceso de integración. El más claro ejemplo de ello lo tenemos en la relación entre Argentina y México: Argentina nunca pudo incorporar en su acuerdo de alcance parcial los productos alimenticios para que puedan ingresar al mercado mexicano sin el pago de derechos de importación, ni México nunca pudo vencer la resistencia argentina de liberar el comercio automotriz.

Podríamos establecer como regla general que, a mayor complejidad y diversidad de las estructuras productivas con fuertes diferenciales de productividad y competitividad dentro de ellas, las posibilidades de avanzar en acuerdos de liberalización comercial son más dificultosas que en países con estructuras productivas menos diversificadas (o más especializadas) y con niveles de competitividad más homogéneos. Ello explica la flexibilidad que tiene Chile para haber avanzado en múltiples acuerdos de libre comercio por los cuales hoy su oferta exportable puede acceder libre de derechos de importación a 4200 millones de habitantes a partir de 22 acuerdos comerciales firmados con 60 países. 

Estas limitaciones de estructura productiva deben ser tenidas en cuenta a la hora de avanzar en negociaciones con otros bloques comerciales. En el caso particular de la Alianza del Pacífico en su acta constitutiva queda establecido que para adherir como miembro pleno el país o región solicitante debe tener acuerdos de libre comercio con cado uno de los Estados Parte miembros de la Alianza. Es decir que en el caso que el Mercosur decidiera avanzar deberá tener cerrado la cuestión comercial con México de la que antes hablábamos y ello supone volver a poner sobre la mesa la cuestión de la estructura productiva de los países del bloque, en especial los casos de Argentina y Brasil. Es más, la propia Alianza ha podido liberalizar su comercio intrazona en el 92% de sus posiciones arancelarias pero en el caso del comercio agrícola
Hasta ahora solo dos países han iniciado formalmente el proceso de adhesión a la Alianza: Costa Rica y Panamá los cuales aún no han concluido.

Ser miembro observador por parte de Argentina muestra una clara voluntad de acercamiento a la Alianza pasando Argentina a engrosar la larga lista de países observadores: Union Europea, Canadá, EEUU, Japón, Australia, Nueva Zelanda, Uruguay, Ecuador, El Salvador, Honduras, Rep. Dominicana, Finlandia, India, Israel, Singapur, Marruecos entre otros. Es una muestra de voluntad el acercamiento a la Alianza pero debemos mirar las cosas en su justo término y saber que en la medida que no resolvamos la cuestión del perfil productivo difícilmente podamos avanzar rápidamente en los distintos  procesos de asociación comercial que hoy están disponibles.

Si resulta más valido en términos de resultados de corto plazo el impacto desde lo político porque da una señal al mundo del acercamiento de nuestro país a un bloque de países más afines a las políticas de mercado, a la apertura al comercio, a la atracción de inversiones. Y ello de por sí marca desde lo testimonial un viraje importante.