viernes, 28 de agosto de 2015

La renta básica universal vuelve a tambor batiente




El reciente anuncio de Holanda de establecer en la Ciudad de Utrecht un ingreso de entre €900 y €1.300 por no hacer nada, es decir, por no trabajar, como experiencia piloto a efectos de analizar si constituye una forma de dinamizar la economía o el anuncio del primer ministro de Finlandia de establecer un ingreso básico universal para sus habitantes, sin importar su situación laboral, vuelve a poner en escena la idea de la renta básica universal.
La renta básica universal (RB) o ingreso ciudadano (IC) es un ingreso pagado por el estado, como derecho de ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quién conviva. Se define como el derecho de todo ciudadano y residente acreditado a percibir una cantidad periódica que cubra, al menos, las necesidades vitales sin que por ello deba contraprestación alguna. 

Se evaluará en estas experiencias si la renta básica universal constituye una forma de dinamizar la economía. Y es que la premisa del modelo de consumo imperante exige que todos tengamos el derecho de ser consumidores – Recordemos lo que ya decía Martin Luther King en los sesenta:

“Debemos crear empleo y debemos crear ingreso. El pueblo debe convertirse en consumidor de una manera o de otra. La solución a la pobreza es abolirla directamente mediante el ingreso garantizado”

Y también debemos recordar que uno de los principales impulsores de la Renta Básica Universal fue Milton Friedman de la Escuela de Chicago y fue discutida su implementación a comienzos de los setenta durante la presidencia de Nixon.

Hoy, este imperativo de King tiene mucha más fuerza aún. El sistema económico imperante basado en el consumo tiene como limitación los actuales niveles de desempleo cuyo impacto se traduce en un “no consumo”. La manera de resolver ello es dándoles un ingreso que asegure un consumo mínimo o que complemente otros ingresos.

En este sentido, el modelo del capitalismo de consumo trata de enfrentar con el instrumento de la renta básica universal la pérdida de importancia que tienen los recursos humanos como insumo o factor de la producción la cual tenderá a disminuir inexorablemente con el cambio tecnológico tal como señalaba el  Nobel de Economía Wassily Leontief en 1983 cuando señalaba que:

“el rol de los humanos como insumo de la producción disminuirá como disminuyó hasta desaparecer el rol de los caballos en la producción agrícola con la introducción de los tractores”.

Menor peso del factor trabajo a favor del factor capital, significa menor empleo y menor ingreso en manos de los consumidores. La RBU vendría a contribuir a sostener el círculo virtuoso de creación creciente de necesidades y aumentos de la producción destinadas a satisfacerlas dentro de un contexto de destrucción creciente de puestos de trabajo. Es un debate que se viene por lo menos en el mundo desarrollado. El fenómeno de la reducción de la jornada de trabajo como mecanismo de socializar los puestos de trabajo disponibles va en el mismo sentido.

El debate pasará entonces por ver como se podría financiar este mecanismo sin que afecte la productividad y eficiencia del propio sistema de producción de bienes y servicios. Pero en la medida que la productividad del capital siga incrementándose en forma sostenida a través de la innovación y el cambio tecnológico el propio sistema productivo podría llegar a financiarlo en la medida que no afecte significativamente la tasa de rentabilidad del capital.

También la implementación de la RBU significará una resignificación de la importancia del trabajo como espacio de realización de las personas, del trabajo como valor social. Algo que estaba y aún está históricamente constituido. Pero en realidad lo que se impondrá – positivamente – es la posibilidad para muchas personas de constituir espacios de realización alternativos fuera del mundo laboral remunerado.

Si partimos de la evidencia que no todos los seres humanos se “realizan” en el trabajo, la RBU puede ser el puente de plata que posibilite la concreción de realizaciones en otros ámbitos más allá del mundo laboral. Ello no es ni más ni menos que poder alcanzar una libertad real que es superadora de una libertad formal.
Según Van Parijs, una sociedad realmente libre es aquella que satisface las tres condiciones siguientes, en este orden de prioridad: 1) seguridad –existe una estructura de derechos y libertades básicas bien articulada-; 2) propiedad de uno mismo –en esa estructura, cada persona es propietaria de las decisiones sobre su vida-; y 3) en donde cada persona cuenta con la mayor oportunidad posible para hacer cualquier cosa que pudiera querer hacer. 

En una sociedad realmente libre, quienes tengan menos oportunidades tendrán las máximas que podrían tener en cualquier otro ordenamiento que podamos llevar a cabo-. Todo ello define una sociedad realmente libre, puesto que en la sociedad formalmente libre sólo se cumplen las dos primeras condiciones. Van Parijs justifica la RBU argumentando que sin duda en una sociedad con una RBU los que tuviesen menos oportunidades tendrían más que en cualquier otra sociedad.
Lejos de ser una amenaza para el Estado de Bienestar constituye  una excelente vía para hacerlo más justo. Podría incluso fomentar el desempeño de labores no-remuneradas pero beneficiosas para la sociedad y aumentar el piso de remuneración de las labores menos remuneradas de baja calificación.

Noticias como la de Holanda y Finlandia las veremos seguramente con más frecuencia. La RBU puede venir en auxilio del consumismo, como instrumento compensador del desempleo estructural generado por el cambio tecnológico y hasta como posible herramienta de distribución del ingreso. Cada vez oiremos hablar más de él. Es una discusión que se viene.