La sociedad moderna nos transmite
quiérase o no una tabla de valores a ser seguida o adoptada. Dentro de esta
escala de mandamientos moderna aparece en primer lugar “el éxito”. Alcanzar el
mismo pasa a convertirse en el leimotiv de nuestras vidas estando dispuestos a
sacrificar gran parte de nuestra vida biológica en pos del mismo. Y este éxito
es entendido o “vendido” como algo de naturaleza estrictamente material.
De ahí
su relación estrecha con el consumo.
Este último pasó a convertirse en la forma de expresión de ese éxito que
necesitamos mostrar a nuestros semejantes. La adopción de ciertas marcas o de
ciertos patrones de consumo son los indicadores en el mundo moderno de quien es
exitoso y de quien no. Asimismo, en el caso en que el éxito material no haya
sido alcanzado, la adopción de ciertas formas de consumo constituye la forma de
dar una imagen de éxito que en realidad no se tiene. El problema es que los
símbolos de consumo que son reflejo o demostración del éxito mutan
permanentemente. Lo que hoy es sinónimo de éxito o de modernidad mañana no lo
es.
Lo
señalado refleja que la sociedad de consumo nos ofrece una visión muy acotada
de lo que significa tener éxito en la sociedad moderna. Las posibilidades de
una realización que no pasan por el consumo pareciera que valen menos. La
sociedad de consumo las oculta o las minimiza ya que es contraria a sus intereses.
La
libertad es entendida en la sociedad moderna como libertad de consumo. Todas
las restantes libertades son aceptadas o toleradas en la medida que no afecten
a esta primera libertad.
Poner
en debate la cuestión sobre “cuanto” éxito y felicidad nos provee la sociedad
de consumo intranquiliza a los defensores del mercado ya que supone cuestionar
a la
lógica
del consumo como proveedor de los mismos. Si el mercado deja de ser visto como
proveedor de la felicidad y del éxito se está poniendo en cuestión en su propia
esencia la lógica de la sociedad de consumo.
La
realización exclusivamente material nos vacía de contenido, de lo mejor de
nosotros mismos, nos embrutece, trastoca nuestro sistema de valores y de
relaciones humanas haciendo aflorar en nosotros lo peor de nosotros mismos: la
envidia, la avaricia y la hipocresía. Resulta muy alto el precio que estamos
dispuestos a pagar. Se llega a la paradoja que muchos terminan siendo infelices
al no poder alcanzar la prosperidad material deseada y otros terminan siendo
infelices al no haber aprendido a ser felices con la prosperidad material ya
alcanzada.
¿Nos estamos
dando cuenta de lo que nos está pasando? ¿Somos conscientes de lo que perdemos?
O lo suponemos y tenemos miedo de reconocerlo. No solo ponemos en juego lo
transcendente de nosotros mismos. También ponemos en juego nuestro bien más
preciado: la salud. Hoy las personas que son de la tercera edad no vivieron en
su etapa de vida económica-laboral el estrés y los imperativos que la sociedad
de consumo hoy nos impone. ¿Cómo llegarán los jóvenes y adultos de hoy a la
tercera edad? ¿Llegaran? Los avances en la ciencia médica en pos de extender
nuestra expectativa de vida ¿podrán compensar los pasivos que venimos
acumulando? ¿No estaremos canjeando calidad de vida por expectativa de vida? La
ciencia está impulsando el aumento de la expectativa de vida pero no resulta
del todo claro que ello vaya acompañado también por un salto de calidad.
En
este sentido vale recordar lo señalado por la australiana
Bronnie Ware en su libro "Regrets of the Dying" en donde relata su trabajo con enfermos terminales. A partir de lo que vio y oyó,
catalogó los cinco principales arrepentimientos de las personas moribundas:
1°) Me gustaría haber
tenido la valentía de vivir una vida verdadera para mí, y no la que otros
esperaban de mí.
Al atardecer de la
vida podemos mirar hacia atrás y constatar cuántos sueños no se hicieron
realidad. Porque no tuvimos la valentía de romper amarras, de romper grilletes,
de imponernos disciplina, de abrazar lo que nos hacía felices, y no lo que
mejora nuestra foto ante miradas ajenas. Cambiamos la felicidad de la persona
por el prestigio de la función. Y muchos se dan cuenta de que, en la vida,
tomaron el camino equivocado cuando estaban llegando a la meta, sin tiempo ya
para elegir alternativas.
2°) Me gustaría no
haber trabajado tanto.
Éste es el
arrepentimiento por no haber dedicado más tiempo a la familia, a los hijos, a
los amigos. Tiempo para recrearse, meditar, practicar deportes. La vida, tan
breve, fue consumida en el afán de ganar dinero y no de imprimirle la mejor
calidad. Y en este mundo de aparatos que nos mantienen conectados día y noche
nos mantenemos permanentemente absortos; hacemos reuniones por celular hasta
cuando manejamos el auto; peleamos con el ordenador como si él fuera un imán
electrónico del que es imposible prescindir.
3°) Me gustaría haber
tenido la oportunidad de expresar mis sentimientos.
¡Cuántas veces
hablamos mal de la vida ajena y callamos los elogios! Postergamos para mañana,
y luego para mañana… el momento de manifestar nuestro cariño a aquella persona,
de reunir a los amigos para celebrar la amistad, para pedir perdón a quien
hemos ofendido y para reparar injusticias. Enfermamos golpeados por
resentimientos, amarguras, deseo de venganza. Y para quedar bien con los demás
dejamos de expresar lo que realmente sentimos y pensamos. Y poco a poco la
termita del desencanto nos corroe por dentro.
4°) Me gustaría haber
tenido más contacto con mis amigos.
Las amistades son
raras. Pero además no siempre sabemos cultivarlas. Preferimos la compañía de
quien nos da prestigio o facilita nuestro alpinismo social. Desdeñamos a los
verdaderos amigos, a veces de condición inferior a la nuestra. Cuando alguien
se encuentra en fase terminal, y más se necesita el afecto, ¿a quién llamar?
Quien nos visita en el hospital, además de nuestros allegados por vínculos de
sangre, y que muchas veces lo hacen por obligación, ¿no es por cariño? En la
cultura neoliberal, los moribundos son descartables y la muerte un fracaso. Y
no se desea la compañía de los fracasados…
5°) Me gustaría haber
tenido la valentía de haberme dado el derecho de ser feliz.
Ser feliz es cuestión
de elección. Pero vamos aplazando nuestras elecciones, como si fuéramos a vivir
300 ó 500 años… O esperamos que alguien o una determinada ocupación o promoción
nos haga felices. Como si nuestra felicidad estuviera siempre en el futuro, y
no aquí y ahora, a nuestro alcance, siempre que nos atrevamos a pasar la página
de nuestra existencia y nos decidamos a algo muy sencillo: hacer lo que nos
gusta y disfrutar de lo que hacemos
¿No son
estos arrepentimientos señalados por la autora australiana el resultado de
haber seguido a pie juntillas una determinada idea de progreso basado
exclusivamente en lo material cuya expresión más acabada se manifiesta a través
del consumo de bienes y servicios?.
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