miércoles, 26 de agosto de 2015

El consumo como reflejo del éxito



La sociedad moderna nos transmite quiérase o no una tabla de valores a ser seguida o adoptada. Dentro de esta escala de mandamientos moderna aparece en primer lugar “el éxito”. Alcanzar el mismo pasa a convertirse en el leimotiv de nuestras vidas estando dispuestos a sacrificar gran parte de nuestra vida biológica en pos del mismo. Y este éxito es entendido o “vendido” como algo de naturaleza estrictamente material.

De ahí su relación estrecha con el consumo.  Este último pasó a convertirse en la forma de expresión de ese éxito que necesitamos mostrar a nuestros semejantes. La adopción de ciertas marcas o de ciertos patrones de consumo son los indicadores en el mundo moderno de quien es exitoso y de quien no. Asimismo, en el caso en que el éxito material no haya sido alcanzado, la adopción de ciertas formas de consumo constituye la forma de dar una imagen de éxito que en realidad no se tiene. El problema es que los símbolos de consumo que son reflejo o demostración del éxito mutan permanentemente. Lo que hoy es sinónimo de éxito o de modernidad mañana no lo es.

Lo señalado refleja que la sociedad de consumo nos ofrece una visión muy acotada de lo que significa tener éxito en la sociedad moderna. Las posibilidades de una realización que no pasan por el consumo pareciera que valen menos. La sociedad de consumo las oculta o las minimiza ya que es contraria a sus intereses.

La libertad es entendida en la sociedad moderna como libertad de consumo. Todas las restantes libertades son aceptadas o toleradas en la medida que no afecten a esta primera libertad.

Poner en debate la cuestión sobre “cuanto” éxito y felicidad nos provee la sociedad de consumo intranquiliza a los defensores del mercado ya que supone cuestionar a la
lógica del consumo como proveedor de los mismos. Si el mercado deja de ser visto como proveedor de la felicidad y del éxito se está poniendo en cuestión en su propia esencia la lógica de la sociedad de consumo.

La realización exclusivamente material nos vacía de contenido, de lo mejor de nosotros mismos, nos embrutece, trastoca nuestro sistema de valores y de relaciones humanas haciendo aflorar en nosotros lo peor de nosotros mismos: la envidia, la avaricia y la hipocresía. Resulta muy alto el precio que estamos dispuestos a pagar. Se llega a la paradoja que muchos terminan siendo infelices al no poder alcanzar la prosperidad material deseada y otros terminan siendo infelices al no haber aprendido a ser felices con la prosperidad material ya alcanzada.
¿Nos estamos dando cuenta de lo que nos está pasando? ¿Somos conscientes de lo que perdemos? O lo suponemos y tenemos miedo de reconocerlo. No solo ponemos en juego lo transcendente de nosotros mismos. También ponemos en juego nuestro bien más preciado: la salud. Hoy las personas que son de la tercera edad no vivieron en su etapa de vida económica-laboral el estrés y los imperativos que la sociedad de consumo hoy nos impone. ¿Cómo llegarán los jóvenes y adultos de hoy a la tercera edad? ¿Llegaran? Los avances en la ciencia médica en pos de extender nuestra expectativa de vida ¿podrán compensar los pasivos que venimos acumulando? ¿No estaremos canjeando calidad de vida por expectativa de vida? La ciencia está impulsando el aumento de la expectativa de vida pero no resulta del todo claro que ello vaya acompañado también por un salto de calidad.

En este sentido vale recordar lo señalado por la australiana Bronnie Ware en su libro "Regrets of the Dying" en donde relata su trabajo con enfermos terminales. A partir de lo que vio y oyó, catalogó los cinco principales arrepentimientos de las personas moribundas:

1°) Me gustaría haber tenido la valentía de vivir una vida verdadera para mí, y no la que otros esperaban de mí.
Al atardecer de la vida podemos mirar hacia atrás y constatar cuántos sueños no se hicieron realidad. Porque no tuvimos la valentía de romper amarras, de romper grilletes, de imponernos disciplina, de abrazar lo que nos hacía felices, y no lo que mejora nuestra foto ante miradas ajenas. Cambiamos la felicidad de la persona por el prestigio de la función. Y muchos se dan cuenta de que, en la vida, tomaron el camino equivocado cuando estaban llegando a la meta, sin tiempo ya para elegir alternativas.
2°) Me gustaría no haber trabajado tanto.
Éste es el arrepentimiento por no haber dedicado más tiempo a la familia, a los hijos, a los amigos. Tiempo para recrearse, meditar, practicar deportes. La vida, tan breve, fue consumida en el afán de ganar dinero y no de imprimirle la mejor calidad. Y en este mundo de aparatos que nos mantienen conectados día y noche nos mantenemos permanentemente absortos; hacemos reuniones por celular hasta cuando manejamos el auto; peleamos con el ordenador como si él fuera un imán electrónico del que es imposible prescindir.
3°) Me gustaría haber tenido la oportunidad de expresar mis sentimientos.
¡Cuántas veces hablamos mal de la vida ajena y callamos los elogios! Postergamos para mañana, y luego para mañana… el momento de manifestar nuestro cariño a aquella persona, de reunir a los amigos para celebrar la amistad, para pedir perdón a quien hemos ofendido y para reparar injusticias. Enfermamos golpeados por resentimientos, amarguras, deseo de venganza. Y para quedar bien con los demás dejamos de expresar lo que realmente sentimos y pensamos. Y poco a poco la termita del desencanto nos corroe por dentro.
4°) Me gustaría haber tenido más contacto con mis amigos.
Las amistades son raras. Pero además no siempre sabemos cultivarlas. Preferimos la compañía de quien nos da prestigio o facilita nuestro alpinismo social. Desdeñamos a los verdaderos amigos, a veces de condición inferior a la nuestra. Cuando alguien se encuentra en fase terminal, y más se necesita el afecto, ¿a quién llamar? Quien nos visita en el hospital, además de nuestros allegados por vínculos de sangre, y que muchas veces lo hacen por obligación, ¿no es por cariño? En la cultura neoliberal, los moribundos son descartables y la muerte un fracaso. Y no se desea la compañía de los fracasados…
5°) Me gustaría haber tenido la valentía de haberme dado el derecho de ser feliz.
Ser feliz es cuestión de elección. Pero vamos aplazando nuestras elecciones, como si fuéramos a vivir 300 ó 500 años… O esperamos que alguien o una determinada ocupación o promoción nos haga felices. Como si nuestra felicidad estuviera siempre en el futuro, y no aquí y ahora, a nuestro alcance, siempre que nos atrevamos a pasar la página de nuestra existencia y nos decidamos a algo muy sencillo: hacer lo que nos gusta y disfrutar de lo que hacemos
¿No son estos arrepentimientos señalados por la autora australiana el resultado de haber seguido a pie juntillas una determinada idea de progreso basado exclusivamente en lo material cuya expresión más acabada se manifiesta a través del consumo de bienes y servicios?.

No hay comentarios:

Publicar un comentario