“Los
que se persuaden de que es posible hacer vivir de acuerdo con la razón a las
multitudes, sueñan con la edad de oro de los poetas, es decir, se complacen con
la ficción” (Tratado Político – Baruch Spinoza)
Un economista reconocido
que adscribe al oficialismo señaló muy suelto de cuerpo que se alentó el
“sobreconsumo” y “que se le hizo creer a un empleado medio que su sueldo servía
para comprar celulares, plasmas, autos, motos e irse al exterior”.
Podríamos preguntarle en primer lugar al economista
para que sirve un sueldo de un empleado medio. Siguiendo la lógica del
razonamiento anterior seguramente ese empleado medio sólo debería aspirar a
“consumir” lo mínimo e indispensable para su supervivencia (alimentos, alguna
vestimenta y tarifas). La supuesta racionalidad de los economistas es que ese
empleado medio sólo podría aspirar a consumir el set de bienes descripto en la
medida que aumente su productividad y ello se traduzca en un aumento de sus
ingresos. Y que para ello hay que evitar el retraso cambiario, aumentar la
competitividad y apostar al crecimiento a través de las inversiones y las
exportaciones no como se hizo en los últimos años ni tampoco como se hizo en
los noventa. El empleado medio debería creer en el largo plazo. La historia
argentina hace añicos esta creencia.
En definitiva, el empleado medio “debería esperar”
a que el círculo virtuoso de la inversión lo empujen a un nuevo escenario de
consumo sustentable. Es difícil de explicar porqué los que no necesitan esperar
para consumir lo que deseen le pidan a otros que esperen o posterguen consumos.
Podríamos también preguntarle a los fabricantes de autos, celulares, plasmas o
a las agencias de turismo que opinan al respecto.
El problema de los economistas, – no quiero
personalizar – además de hablar sólo para que los escuchen otros economistas, es
que trabajan con viejas categorías por las cuales no logran valorizar en su
justa dimensión la importancia que tiene el consumo como el principal espacio
de realización de las personas en la moderna sociedad de mercado más allá de su
importancia como variable macroeconómica. Es más que una variable macro. Los
economistas deben comprender que hoy somos antes que nada consumidores y no
ciudadanos. Esto no fue espontáneo: el propio sistema de producción de bienes y
servicios es el responsable del proceso de creación permanente de nuevas
necesidades, proceso que es el que permite mantener la rueda de la producción y
el crecimiento. Y rige además el principio de la inmediatez: quiero consumir
aquí y ahora. Los consumos ya no se difieren: el futuro es incierto en
economías como la argentina donde se consume cuando se puede o se dan las
condiciones y no cuando se quiere. La macroeconomía no ha introducido estas
nuevas dimensiones en el análisis, al contrario de la microeconomía dónde el
índice de confianza del consumidor en un insumo clave en las decisiones de las
empresas.
La importancia del consumo, más allá de su
dimensión cuantitativa, ha sido entendido desde siempre por el populismo tanto
de derecha como de izquierda: recordemos que Menem fue reelecto en un contexto
de boom de consumo y un desempleo de 18 puntos y que Cristina Kirchner también
fue reelecta gracias a los consumidores. Y hasta los militares hicieron
populismo de consumo con el retraso cambiario (tablita) mientras sucedía en la
Argentina el drama de los derechos humanos. Y ahora lo paradojal es que vamos
de nuevo a un escenario de atraso cambiario que el economista tanto crítica.
Desde lo racional es cierto que no es sostenible un
consumo bulímico si no está acompañado por crecimiento, inversiones y
abundancia de dólares vía exportaciones e inversiones pero la pregunta que
deberíamos formularnos es cual es la responsabilidad que han tenido las elites
empresariales - economistas incluidos - en que este círculo virtuoso no se haya
dado desde la restauración democrática. No es culpa del empleado medio y no
puede ser la variable de ajuste. Seamos serios. Además este empleado medio no
se está imaginando el celular, el auto, el plasma, el aire acondicionado: los
tiene, son concretos, tangibles y contra ello no hay racionalidad que valga. No
son una fantasía.
Todo lo señalado explica porque los economistas no
progresan en la política y mejor que así sea.
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