Cuando la
teoría económica desarrolló la idea de la utilidad marginal decreciente como
formador de la demanda, no consideró cuales son los factores que motivan la
decisión de consumir un determinado bien. Ello era porque la preocupación
principal era poder determinar el valor de los bienes derivada de la
interacción de la oferta y la demanda. Importaba en el caso de la demanda su
interacción con la oferta y no el proceso decisorio que la generaba.
La ciencia
económica avanzó hasta el principio de la soberanía del consumidor por la cual
el sistema económico tiene por función responder a las necesidades y
preferencias de los consumidores sin importar mucho como estas se determinan.
Existía un vacio teórico que se trató de ocultar: que es lo que moviliza a que
se genere la necesidad de consumir un bien o un determinado servicio.
La economía
salvó la cuestión al señalar que el proceso de formación de las decisiones de
consumir un determinado bien son endógenas al individuo, es decir que no están
influenciadas por el sistema económico ni por nada que sea externo al propio
consumidor. La producción no interviene en la formación y modificación de la
preferencia de los consumidores. Para la economía las decisiones de consumo se
construyen dentro del propio individuo sin influencias externas. La demanda
constituiría un fenómeno neutro y el empresario sería el “clarividente” capaz
de identificar eficazmente los deseos de los consumidores En algún sentido esta
visión contribuye a valorizar el rol del empresario dentro del sistema de
economía de mercado.
Para la
teoría, la creación de necesidades sobre las que se generan las decisiones de
consumo y que aparecen cuando se han satisfecho las necesidades físicas básicas
– como por ejemplo alimentarse y vestirse -resultan de un proceso psicológico y
como tal no interesaron para el análisis económico. De ello se deriva que para
la economía, las necesidades de los
consumidores constituye un dato y no importa cuáles son los factores que las
originaron. Estas necesidades puede ser físicas vinculadas a la satisfacción de
necesidades básicas y las restantes son de origen psicológico y aparecen cuando
han sido satisfechas las primeras.
Esta
distinción entre necesidades ya lo mencionaba Keynes en su libro Essays
in Persuasion. Al respecto
señalaba:
“ Las necesidades
de los seres humanos están divididas en dos clases: las que son absolutas en el
sentido que las experimentamos cualquiera sea la situación en que se encuentra
nuestro prójimo y las que son relativas únicamente por el hecho que su
satisfacción nos eleva por encima y nos hace sentir superiores a nuestros
prójimos”
La idea de la
preferencia del consumidor tiene como lógica consecuencia el realzar la
importancia de la producción de bienes y servicios como mecanismo a través del
cual se satisfacen los deseos de los consumidores
De ahí se
deriva la importancia que tiene para la ciencia económica la producción de
bienes a la cual todo debe subordinarse
al ser esta la generadora de bienestar. Para el sistema de ideas predominante
resulta esencial la defensa del consumo y de la producción al ser estas las fuerzas a partir de las
cuales se satisfacen los deseos de los consumidores. Es la oferta que actúa
respondiendo a los deseos de la demanda.
A ello se
suma en la actualidad una suerte de urgencia por satisfacer estos deseos. La
clave del sistema es satisfacer la urgencia del consumidor y no importa si la
urgencia es por algo indispensable para la vida del individuo o si es algo
superfluo. No viene el caso que la economía se adentre en estas disquisiciones.
La ciencia económica no debe detenerse a analizar los fundamentos de la
racionalidad de los consumidores. Lo importante es en definitiva el aumentar la
producción.
Esto ha
traído aparejado importantes consecuencias a la hora de definir el sentido de
la política económica moderna en donde se ha establecido la regla de que toda
medida que aumente la producción y el consumo es buena y todo lo que los reduce
es mala intrínsecamente. Ello es así por el hecho de haber partido de un
definición estrecha de lo que se entiende por bienestar.
Este
andamiaje teórico se completa con la idea de que las preferencias son
monótonas: es decir que se considera por demás evidente que cada uno como
consumidor prefiere consumir más a consumir menos. Constituye esta última una
suerte de verdad tautológica que nadie se atrevería en su sano juicio a
cuestionar.
Sin embargo,
este andamiaje de ideas descripto carece de sustentabilidad. Si analizamos el
tema a la luz de lo que nos muestra la moderna sociedad de consumo podríamos
comenzar por enmendar el dogma económico y señalar que el proceso de creación
de necesidades es inducido por el propio sistema económico siendo este el que
crea primero las necesidades en los consumidores y luego es el que se encarga
de proveerlas a estos a través de la producción de bienes y servicios. Este es
un hecho incontrastable de la realidad. El sistema económico crea las
necesidades por medio de la publicidad y luego se encarga de abastecerlas.
Los deseos
del individuo en la sociedad de consumo moderna ni siquiera son evidentes para
el mismo. Requieren ser sintetizados, elaborados por la publicidad a través de
un mensaje. Muchos de estos deseos creados en los consumidores son el resultado
de necesidades que surgen del propio estilo de vida que impone la moderna
economía de mercado retroalimentando de esa manera el mecanismo de creación de
necesidades. El auge del fast food, la preferencia por la adquisición de
comidas que requieran poca elaboración - comidas congeladas o los platos
precocinados -, la tendencia al plato único o el menor tiempo que se dedica a
la compra de los alimentos o a cocinar, guardan relación con el menor tiempo
disponible que tiene los consumidores en
las sociedades de mercado debido ello al creciente esfuerzo laboral que demanda
la generación de ingresos crecientes que resultan necesarios para dar respuesta
al propio proceso de creación de necesidades que se nos impone.
Si ello es
así, el proceso de creación de necesidades debería dejar de ser un dato para la
teoría económica y esta debería ocuparse de cómo el sistema económico
contribuye a la creación de estas. Sin embargo, la publicidad como mecanismo de
creación de necesidades ha sido muy poco tenido en cuenta por la ciencia
económica. Más aún, ello debería
corregirse si observamos que las necesidades básicas que no son inducidas o
creadas por el sistema económico son cada vez menores. En general, la mayor
parte de lo que consumimos en nuestros días esta inducido por el propio sistema
económico de producción de bienes y servicios. Gran parte de la empresa privada
se ha convertido antes que en una productora de bienes o servicios en
fabricantes de deseos haciendo pasar a los consumidores de un deseo a otro
ininterrumpidamente. La clave de la empresa en la moderna sociedad de consumo
pasa por explotar de la manera más inteligente posible la cuestión del “deseo”.
Si esto es
así, si lo que aparece a simple vista como necesidades urgentes y perentorias
que deben ser urgentemente satisfechas son en realidad inducidas por el propio
sistema económico, pasan a tener una importancia relativa menor su satisfacción
ya que no son el resultado de necesidades objetivas de los individuos. Y relativizar
la importancia de estas necesidades artificialmente creadas tiene como lógica
consecuencia relativizar la importancia de la producción de bienes para su
satisfacción y hasta la propia idea de bienestar entendida esta como mero proceso
de acumulación de bienes.
Pero poner en
tela de juicio estos principios – preferencia del consumidor, importancia de la
producción y del aumento de la misma o que se entiende por bienestar, supone en
cierto sentido animarse a cuestionar el andamiaje sobre el cual se apoya todas
las ideas económicas que hoy conocemos las cuales constituyen una suerte de
tótem inmodificable que los economistas aceptan como tal o no se animan a
cuestionar.
Este
andamiaje es la antítesis del liberalismo tal como se nos ha sido enseñado. Ha
dejado de ser una sociedad poblada por agentes libres que tratan de maximizar
su bienestar a través de sus decisiones de consumo sino por agentes cuyos
deseos y preferencias están determinadas por el propio mercado. Y siendo ello
así la única y objetiva maximización del bienestar se concentra en la empresa
privada la que se materializa en el proceso de creación de necesidades y en sus
decisiones de producción. No existe en consecuencia una auténtica elección por
parte de los consumidores. Si las preferencias de los consumidores están
determinadas por la sociedad del marketing, en realidad el mercado, a
diferencia de lo que se pregona desde lejos, no les da poder a los consumidores
sino que se los reduce acotándole los márgenes de acción.
El sistema
económico tiene que crear permanentemente nuevas y mayores necesidades no
urgentes para que ello justifique el aumento incesante de la producción de
bienes y servicios. Si la publicidad es el mecanismo a través
del cual se crean nuevas y mayores necesidades, el sistema productivo sólo las
puede abastecer mediante el aumento de la productividad del trabajo y del
capital, de la eficiencia industrial y de la innovación tecnológica.
Es el efecto
dependencia antes señalado: sin estos atributos que permiten producir más y a
menores costos unitarios el sistema económico no podría dar respuesta a las
crecientes necesidades por el mismo creadas. Deben darse ambas condiciones ya
que si el aumento de la producción se produce a costos crecientes en algún momento
el círculo virtuoso de creación de necesidades – producción de bienes para
abastecerlas podría romperse. E inversamente, si no existieran estas
necesidades crecientes difícilmente sería justificable gran parte de las
mejoras en la eficiencia industrial, de los gastos en investigación y
desarrollo a efectos del desarrollo de nuevos productos. Y es que deberíamos
convenir que gran parte de la eficiencia productiva a la que tiende el sistema
económico tiene como finalidad el poder abastecer el consumo de bienes de
naturaleza superficial no indispensables objetivamente muchos de los cuales
solo tienen la función de ser dadores de status y posicionamiento social a sus
tenedores. El desarrollo de estos bienes constituye uno de los motores
principales de la innovación y del progreso técnico.
Nótese que si
el stock de necesidades y de bienes destinados a satisfacerlas se mantuviera
constante, gran parte de la innovación y del progreso tecnológico perdería
sentido y razón. O por el contrario este esfuerzo de mayor eficiencia
productiva podría converger en un menor esfuerzo laboral, es decir en una menor
cantidad de horas trabajadas y en un mayor tiempo para el ocio. Ya lo señalaba John
Stuart Mill cuando el siglo XIX señalaba lo siguiente:
“en la medida
que la eficiencia industrial hace posible procurarse los medios de vida con
menos esfuerzo, las energías de los miembros industriosos de la comunidad se
van ligando a la consecución de un resultado superior en punto a gasto
ostensible, en vez de retardarse adoptando un ritmo más cómodo”.
“ por ahora
es discutible que todas las invenciones mecánicas realizadas hasta nuestros
días hayan aligerado la tarea cotidiana de ningún ser humano, ello se debió
sobre todo a la presencia de este elemento – el consumo ostensible - en el
nivel de vida”.
Como bien lo
señalaba Stuart Mill ello no ocurre. La búsqueda de la maximización permanente
de los beneficios, algo inherente a toda economía de mercado lo impide.
Ello es así
ya que los beneficios tienden a ser mayores en los nuevos productos y servicios
que se destinan a satisfacer los nuevos deseos y necesidades creadas. Y por el
contrario estos tienden a declinar en la producción de bienes que satisfacen
viejas necesidades.
La pereza
intelectual en entender y poner a la luz
toda esta lógica de funcionamiento tiene sus “lógicas” razones. Revelar el
funcionamiento de este círculo virtuoso supone poner a la luz como se generan
los beneficios de gran parte de la empresa privada algo que para el pensamiento
económico convencional no es del todo correcto.
Queda
finalmente como paradoja a ser resaltada, que toda la racionalidad que refleja
la economía de mercado moderna en términos de eficiencia productiva,
productividad, competitividad e
innovación se sostiene en una fuerte irracionalidad del consumidor moderno el
cual es empujado a la punción a consumir. Podríamos decir que la racionalidad
del sistema económico se sostiene sobre una base irracional. ¿Qué le sucedería
al sistema económico – productivo si el consumidor se diera cuenta que sus
necesidades no son tales, que estas son inducidas, que no son genuinas y que
por lo tanto no resulta urgente su satisfacción?
No hay comentarios:
Publicar un comentario